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Bajo la tierra.

Bajo la tierra.

              8     Otra de aquellas actividades llenas de gozo, con Don Alberto Chimal.

 

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   No sé, nunca estuve segura de que bajo la tierra, viviera el hombre, pero he ahí que aquellos que me amaron, intentaron sacarlo de debajo para verme sonreír, en lo que ellos no lo habían logrado. 

     Todos tenían la carretilla media vertida en las ilusiones desastrosas que esta mujer les había ido formando, había quien incluso había dejado a color su ropa, fusionando el sentido de que bajo la dulce tierra nacerían de nuevo los olvidos; pero era injusto, nadie había aún puesto en ella la semilla que fructificara el egoísmo de verlos a los tres igual, del mismo modo de antaño, con los pies puestos de pie, y metidos en calcetines, cuando inútilmente y a cada uno se les había pedido sentir la tierra entre los dedos de los pies.

     La vida no cambia, era un eufemismo limpiarse las manos de este modo, el piso simplemente ya estaba tachonado de estrellas y por más que se buscase un camino al infinito de las tolerancias, todo había cambiado; incluso los viejos senderos pintados a mano en la pared, habían dejado ya casi de existir, la gran veleta de tonos equidistantes del pensamiento también había hecho su desaparición tan misteriosamente como había llegado.  

   Solo había algo que les juntaba, y ninguno notaba por estar al pendiente de su propio pozo lleno de orquillas, y de viejos gusanos. El que fueran, tres, tres personas tan iguales en la concordancia que hasta habían puesto de guantes rojos las manivelas de las carretillas.  

    Ese fue siempre el error de los tres, marcar de cuajo el proceder de un sentimiento, como si no fuera posible llevarlo a la piel misma, si hasta se pudiese uno carcajear, en lugar de ponerse triste la mirada, bastaba con ver la equivocación de buscar el amor enterrado en lo profundo de la tierra, cuando no era más que necesario de sacarse tines y zapatos para sentirlo vibrar.   

    El hombre siempre estaría dotado de esa sensibilidad, pero su propia inseguridad ya había hecho estragos en su persona, y tenían por meta encontrar la felicidad enterrada en la tierra Hasta ahora, nadie sabe si precisaron sonrisas para lograrlo, después de media noche, cuando todos habían removido la semilla plantada, sin saberlo, se habían esfumado, ni siquiera fueron para regresar a ver los frutos de su propia cosecha. 

     Y eso, que de ahí habían brotado infinidad de almas, algunas como ellos, sensibilizados en su fuerza, más que en su necesidad de ser ellos mismos. Recuérdenlo, la semilla de la felicidad no se planta entre la tierra, sino en el corazón del hombre. Ellos, lo habían olvidado, por eso su carga de sacar la tierra de su propio planeta, se volvería interminable. 

Daanroo   

1 comentario

humilde -

....tres son multitud?.... no lo pillo....